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Por Paul Fort.

No había nada que alegrara tanto a Susan Burroughs como la generosidad. Estaba dispuesta a regalar todo lo que tenía y mucho más. Muy a menudo deseaba obsequiar cosas con las que no contaba, con esto no quiero decir que era una tramposa, sólo que pasaba mucho tiempo pensando en todo lo que daría si pudiera.

Este era un rasgo muy amable y en general agradable, pero a veces, algunos de los niños más pequeños, a quienes solía entretener contándoles todo o que les daría si tuviera esto o aquello, se molestaban seriamente por las deliciosas pero imposibles estampas que narraba. No entendían por qué Susan no tenía todas esas cosas si estaba tan ansiosa por regalarlas.

Una brillante tarde de invierno, cerca del día de navidad, Susan salió de su casa vestida abrigadamente para salir y llevaba veinticinco centavos escondidos cómodamente en el fondo de su bolsa. No contaba con veinticinco centavos todos los días y se sentía un poquito rica. Por un instinto que comparten la mayoría de los niños en época de navidad, se dirigió a la juguetería más grande del vecindario, no es que tuviera la intención de comprar algo, pero, como quizá habrás notado, siempre es más agradable mirar cosas bonitas cuando tienes dinero en el bolsillo, que cuando no tienes ninguno.

Cuando llegó a la tienda lo primero que vio fue al pequeño Tommy Hopper parado ante la ventana de la tienda, mirando vorazmente todas las cosas que alcanzaba con sus ojos. Había pelotas, bates, pirinolas, aros, cometas, cajas de herramientas, caballos de madera, trineos, barcos de vapor con motor y hélice de verdad, juegos de mesa, juegos de bolos, raquetas y gallitos, trenes de vapor que se movían sobre una vía justo como los de verdad —aunque no tan rápido—, muñecos que gateaban, niños montados en bicicletas, trompos y sólo dios sabe qué otros juguetes.

—¿Qué vas a comprar? —preguntó Susan acercándose por detrás.

Tommy volteó en un brinco. Cuando vio que era Susan, sonrió tristemente.

—No voy a comprar nada, sólo miro.

—No tienes dinero ¿verdad Tommy?

—No —dijo Tommy con un tono de voz muy casual, como si no fuera extraordinario para él no cargar dinero.

—Te diré que vamos a hacer —dijo Susan—, te compraré la cosa más bonita en esa ventana que puedas pagar con veinticinco centavos. Así que puedes comenzar a elegir.

—¿Tienes el dinero?

—Si —contestó Susan, sacando los veinticinco centavos de su bolsillo—, aquí está.

—¿Y todo eso es tuyo? —preguntó.

—Todo mío y te lo voy a dar.

Tommy estaba satisfecho, ahora podía ir y elegir lo que quisiera con la certeza de que alguien con bastante dinero pagaría. No dudó mucho tiempo y en menos de un minuto escogió un caballo de madera.

—Oh ¡No puedes comprar eso por un veinticinco centavos, Tommy! —dijo Susan— Debes escoger algo más barato.

Tommy vaciló. Se sintió humillado y su siguiente elección fue una sencilla caja de herramientas.

—Tontuelo. Esa caja cuesta dos o tres dólares. ¿No hay algo más pequeño que cueste un cuarto de dólar?

Tommy guardó silencio por un rato, estaba bastante confundido. Susan le habría sugerido algo, pero la verdad era que no estaba segura del precio de las cosas y no quería prometerle algo que costara más de lo que podía pagar.

Finalmente Tommy se decidió

—Uno de esos bebés que gatean.

—No me alcanza para comprar eso —dijo Susan impaciente.

—¡Por qué! Ese muñeco es muy pequeño, dijo Tommy tercamente.

Había escogido el muñeco precisamente porque era muy pequeño y se estaba hartando de que cada decisión fuera rechazada.

—Bueno, de todos modos no puedes comprarlo con veinticinco centavos —dijo Susan— ¿no ves que se arrastra?

—Es más pequeño que mi hermanito —contestó Tommy molesto.

—Bueno, no puedes comprar eso con veinticinco centavos.

—Claro que puedo. Qué cuesta más ¿estos muñecos o los bebés de verdad?

—Tontito —dijo Susan riendo y tomándolo por los hombros—, si no eliges pronto me voy a ir.

—¡No te vayas! Todavía no he escogido nada y prometiste que esperarías hasta que lo hiciera.

Si Susan no hubiera sido una de las niñas más buenas, de seguro se habría cansado de la persistencia de Tommy en elegir los juguetes más caros en la vitrina. No era de utilidad mencionarle las canicas, trompos y cometas, porque era invierno, y Tommy no querría juguetes que no pudiera usar de inmediato.

Finalmente, cansada de seguir los ojos de Tommy en la vitrina, Susan miró alrededor y, al otro lado de la calle vio a su padre que salía del trabajo y se dirigía a casa. Cómo disfrutaba caminar con él, apresuradamente le dijo al niño.

—Toma. Ten el dinero y compra algo tú solo. Yo voy a casa con mi padre.

Tommy estaba encantado de verse libre de Susan, que se preocupaba tanto y discutía por sus elecciones. Ahora podía elegir algo sin tenerla quejándose todo el tiempo y diciéndole que aquello costaba demasiado.

Así que entró valientemente a la tienda con sus veinticinco centavos apretados dentro del puño. Después de una corta inspección, llamó al vendedor.

—Quiero uno de esos trineos —dijo apuntando a un par de trineos hermosamente pintados cerca de la puerta.

—¿Cuál de ellos quiere? —dijo el hombre dirigiéndose a los trineos — ¿El verde o el azul con franjas rojas?

Tommy vaciló. El azul era muy bonito, pero el verde tenía un caballo pintado en el asiento. Esto último fue lo que hizo que se decidiera.

—Me llevo el verde.

—Son tres dólares y cincuenta centavos —dijo el vendedor, mirando a Tommy, aparentemente por primera vez, y notando lo chico que era.

—Pero eso es demasiado. Sólo tengo veinticinco centavos.

El hombre se rio.

—Deberías haber sabido si tenías suficiente dinero antes de pedirlo —dijo.

—¿Todos los trineos cuestan más de un cuarto de dólar?

—Si.

—Que tenga buen día —dijo Tommy y salió de la tienda.

De camino a casa pasó por un puesto de cacahuates. ¡Qué oportuno! Tommy se acercó al hombre y le pidió veinticinco centavos de cacahuates. Los cacahuates eran muy baratos en ese entonces y cuando los bolsillos de Tommy estuvieron llenos, lo mismo que su sombrero, tuvo que meter algunos dentro de sus pantalones, porque eran tantos cacahuates que ya no tenía dónde más llevarlos.

—¡Qué molestos son veinticinco centavos! ¡En algunos lugares son muy poco y en otros son demasiado!

 


 

Cuento publicado originalmente en el Volumen 1 de St. Nicholas en 1873
Tomado de la página del archive.org

Paul Fort (1 de febrero de 1872 – 20 de abril de 1960) fue un poeta francés. Nació en Reims, en el departamento de Marne, en Francia. Se convirtió en una figura importante de la comunidad artística de Montparnasse. Para 1912 sus logros e influencias sobre otros eran tales que Paul Valéry le apodó «El Príncipe de los Poetas». Paul Fort fue fundador de «Vers et Prose» en colaboración con Guillaume Apollinaire. Uno de sus trabajos más famosos es «La Ronde». Este poema es famoso en todo el mundo, ya que se trata de una petición por la amistad de todo el mundo. Murió el 20 de abril de 1960 en Francia. Se le enterró en el Cimetière de Montlhéry, en el département de Montlhéry, Essonne de Île-de-France, en la región de Francia.

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